Sintitul-5

La mirada del tigre: acerca
de la transferencia
en pacientes adictos1
Observaba la marcha bamboleante y, casi con asombro, esa convicción corporal de superioridad cuando entró al consulto- rio. Su relato se extendía alrededor de las bondades de un estado especial cercano al éxtasis al que nunca podría acceder con mi conocimiento intelectual exento de experiencia. Como muchas otras veces, alguien me convencía de las ventajas de vivir flotan- do, sin emociones, sin depender de nadie ni de nada. Como tantas otras veces, alguien hablaba desde este estado único, condescen- diente conmigo, pobre ser que esperaba anhelante, que rogaba por su regreso, que haría cualquier cosa por satisfacerlo. Alguien daba por sentado mi pertenencia a un estado de necesidad de complacer. “¡Bueno, bueno!”, parecía decirme, “no te desespe- res, algún día cabrá un instante cósmico durante el cual tendrás la oportunidad que satisfaga tus afanes hacia mi persona”.
Le comuniqué lo que estaba observando. Le dije que pensaba que seguramente él creía que yo estaba tan pendiente de él como de una droga, solamente que en estado de abstinencia, ya que nunca iba a ser satisfecha. Se incomodó moviendo su cuerpo, como si lo hubiera despertado de un ensueño astral un mosquito impertinente. Me miró desde sus ojos entreabiertos y rojizos e hizo suyas mis palabras explicándome qué pasaba con la depen- 1 Presentado en el 1er. Congreso Argentino de Psicoanálisis, 1988, “El múltiple interésde la Transferencia”, Relatos.
Psicoanálisis APdeBA - Vol. XVIII - Nº 2 - 1996 dencia a la droga. Tuve la casi convicción de un mundo constituido por cosas: él, cosa maravillosa que yo procuraba consumir y que él mismo manipulaba a su antojo con una gran chance de perecer en el maltrato. Yo, una cosa a observar pasible de ser manipulada, consumida en caso de peligro, arrojada lejos, destruida.
Las otras cosas flotantes eran su madre, sus hermanos, los concurrentes a lugares de consumo de alcohol, marihuana, cocaí- na, LSD, artane. Las cosas peligrosas que aparecían de golpe y amenazaban con destruirlo también se desplazaban, aunque más rápidamente y en términos extremos: o ellas o él. Las cosas peligrosas, a través de los años, se habían ido transformando en policías, traficantes, delatores, asaltados en busca de venganza, asaltantes que podrían o no esperar su oportunidad. A cada despertar, el mundo se transformaba en el Gran Terror, y cada vez en el ensueño que lo dirige todo era más breve. Yo le comunicaba estas observaciones con frases cortas, precisas, muy lejanas del lenguaje poético con el cual estoy tratando de transmitirles un universo de pánico-anestesia-pánico, para luego intentar algunas A medida que transcurrían las sesiones, la transmisión de mis observaciones parecía hacerle oscilar entre una creciente com- placencia y momentos de pánico. Los trastornos neurovegetativos de tipo circulatorio hicieron de la piel de su cara un letrero luminoso blanco-rojo, donde yo podía leer las oscilaciones de su estado de ánimo: entre la ira y el miedo.
Cuando se lo comuniqué me aclaró con un sonrisa muy corta de entrega y vergüenza que estaba equivocada, porque para él no había oscilaciones: “Vivo en pánico y de vez en cuando, muy de Esa sonrisa corta de entrega tierna me hizo olvidar su adver- tencia. Tenía adelante un muchacho semidormido con una voz que había cedido en la autocomplacencia y que había iniciado una confesión. Todo estaba inusualmente calmo y agradable, así que mencioné la palabra ternura. No recuerdo si bajé la voz, sí que me incliné un poco hacia adelante. Y en ese instante, todo se trans- formó. Dos enormes focos sin expresividad me enfrentaron: los ojo bien abiertos, la expresión despejada de algo terriblemente amenazante. “Un tigre”, pensé por un instante, “la mirada del ¿Cómo y de dónde había surgido de repente? ¿No había tenido tiempo de percibir su presencia o había quedado encandilada? La respuesta la obtuve al terminar la sesión: una contractura muscular en la zona de intersección entre los hombros y la columna, me habló elocuentemente de una reacción muscular ante la percepción de una amenaza gestual. Esta leve contractura se presentó varias veces ante el mismo paciente cuando aparecía esta mirada. Lo había percibido “al instante”, a través de la vista, como a la gestalt de algo amenazante en forma extrema que me hizo erizar la “cruz” como le llaman nuestros campesinos al lugar de ataque privilegiado por los animales El cambio de expresión gestual había sido sorpresivo, por lo contrastante: ¿qué tenía que ver esa expresión de amodorrada superioridad con la fijeza encandilante y alerta de la decisión de matar? ¿Cómo conectar un tipo de expresión con la otra sin caer en una desopilante construcción subjetiva? En principio decidí dejar pasar el tiempo y observar si el fenómeno se repetía y en qué condiciones, sin pretender darle una El fenómeno se repitió una y otra vez, en ocasiones, sin que aparentemente hubiera intervenciones de mi parte. La mayoría de las veces, en cambio, sus reacciones coincidían con dos conduc- tas mías: algún movimiento corporal, prosódico o gestual que pudiera indicar aumento de la expresividad amorosa (intensidad de voz más suave, tono más bajo, alguna sonrisa, algún gesto de bienvenida) o alguna referencia verbal a posibles sentimientos suyos de ternura, cariño, alegría, picardía o tristeza, o algún gesto o referencia verbal de mi parte o de la de él que pudiera indicar entrega confiada o duda, en definitiva, conductas que fueran desconocidas para su repertorio miedo-ira-miedo-ira. Las refe- rencias a este repertorio no producían “la mirada del Tigre”.
A medida que se iba desarrollando el tratamiento pude obser- var que el contoneo bamboleante, la convicción de superioridad el ocultamiento de datos, la pedantería, la certeza de tenerme a sus pies, el cuidado particular al hablar, vestirse, caminar, asegurán- dose a cada rato ser muy admirado por su prestancia, lo hacían parecer a alguien de mayor edad. Cuando le transmití esta observación me contestó no sin satisfacción: “¡Mi padre, claro! Es un hombre que sabe vivir bien, que se da todos los gustos, por cierto, despertando. muchas veces envidia. naturalmente.
¡Como mi abuelo! Sin duda mi padre se parece a mi abuelo (sonrisa socarrona), ellos se entienden bien. me refiero a los negocios. y a las mujeres, por supuesto”.
Este segundo hijo me hablaba como un padre-marido que da órdenes a una mujer muy dependiente que de vez en cuando se rebela, pero que en general “vive en función de ellos”. Pude suponer que lo que estaba transfiriendo era una historia de identificaciones de tal naturaleza que la diferencia entre realidad y fantasía era casi nula. El me hablaba desde el marido de su madre, padre completamente ausente, configurando una pareja con ella, que sin solución de continuidad, era transferida al vínculo En ningún momento él era un niño ni un adolescente, era un marido de mucha cultura que me explicaba a mí, con evidente condescendencia, cuáles eran las acciones que debía realizar y cómo sus instrucciones eran una forma de enriquecer mi ignoran- cia y satisfacer mi anhelante deseo de complacerlo.
Lo que él repetía en la transferencia era “calcado” del vínculo del padre con la madre, que a su vez, se había consolidado como Cuando se lo comuniqué, pareció algo asombrado. ¿De qué otro modo podía ser? No parecía haber otra posibilidad para él, En aquellos pocos momentos que mi actitud interpretativa y paciente ponían en peligro su “locura de grandeza”, como él la llamaba muy satisfecho, aparecía la mirada del Tigre.
En una ocasión en que le pregunté si alguna vez había podido ser un niño, se sonrió contestándome: “No, en realidad yo soy mi padre desde que nací. ‘ella’ (refiriéndose a su madre) lo dijo y lo sabe. y las pocas veces que está acertada, hay que reconocer Comencé a pensar dónde estaría la transferencia del pasado al presente, dónde las vivencias de dependencia materno-paterno- filiales, dónde las experiencias infantiles, los hechos reales repri- midos y deformados que formaban parte de esta “locura de grandezas”. Hasta que comenzó a hablarme de la cantidad de litros de vino, whisky, vodka y gin (prefería bebidas blancas porque las consideraba productos de consumo de aristócratas), de las ventajas de fumar marihuana, aspirar cocaína, LSD. También comenzó a describirme el minitráfico que llevaba a cabo, con gran complacencia, ya que en un “operativo” ganaba en media hora mucho más que yo en un mes. Se me hizo claro que la transferen- cia y el tráfico-consumo estaban asociados. Que probablemente, ese mundo de cosas representaba algo muy antiguo y deformado a través de sucesivas transformaciones. Que detrás de las cosas, allá lejos, palpitaban emociones alguna vez sentidas, tal vez de una intensidad intolerable. Y que las cosas-drogas eran el último eslabón, el que él podría mostrar, transferir, traficar y animizar, manteniéndome como un espectador que presencia un mundo de ilusiones al cual está tentado de acceder, pero, por otro lado, automáticamente destinado a no tener acceso.
Comencé lentamente a entender que él se había convertido en un traficante de ilusiones (Dupetit, S., 1986). Me traía pastillas, jeringas, cigarrillos, como muestras de un tipo de vínculo ilusorio de autosuficiencia. Tal vez yo tuviera como él la ilusión de ser Dios, sin conflicto, sin dependencia alguna. O la ilusión de curarlo, transformándome/lo en Dios, ambos ilusoriamente atemporales, autosuficientes, unidos en el éxtasis mutuo. Los demás, entonces, quedarían muy pequeños, como las pastillas o los cigarrillos, listos para ser consumidos, manipulados, descartados: del Extasis a la Se lo dije. Contra lo que esperaba, comentó riéndose: “Yo era un bebé muy lindo, un niño muy lindo. ‘Ella’ dice que me llevaba a todos lados para mostrarme. como de escaparate. ‘Ella’ dice que me sentaba en una sillita y todos me miraban y ‘ella’ se sentía muy orgullosa. Que era muy quieto, muy tranquilo y muy bueno.
(socarronamente) ¡como ahora! Pero ella sigue haciendo lo mis- mo conmigo, con mi hermano, con mi hermanita. Somos. como juguetes. Y ‘ella’ es un juguete de mi padre. que no es juguete Pude suponer entonces, que él había sufrido la misma transfor- mación que aquéllas de las que habían sido objeto sus vínculos: desanimización-parcialización-cosificación y luego reanimación Estaba a punto de explicárselo, cuando por suerte me detuve a mirar su expresión: alguien pálido con los ojos bajos, que miraba como quien se asoma a un abismo. “¡Detrás de la fachada somnolienta no hay nada!”, pensé. Al rato de estar callado en esa actitud carraspeó y me dijo que se sentía muy mal y luego agregó en voz muy baja: “como un muerto”.
Me encontré discutiendo enojada conmigo misma acerca de si tenía derecho de enfrentarlo con la nada y con temor conciente de un posible suicidio. Momentos después se rearmó y apareció la mirada del Tigre: “no voy a tolerar más este tipo de sensación” me dijo y salió con la mirada fija, sin darme la mano. Entonces, en medio de mis posteriores reflexiones, recordé la mirada de mi primera pacientita autista, de diez años de edad, un día que me acerqué demasiado al rincón donde permanecía sentada, con los mocos colgando y con cara de idiota. Abrió los ojos enormes, inexpresivos y me mantuvo un rato enfocada. Luego se enderezó, saltó y me volteó. De ahí en más nos trabamos en una lucha cuerpo a cuerpo durante la cual me clavó las uñas arrancándome pedazos de piel que dejaron su marca y falló en el intento de arañarme los ojos. Ella no me traía drogas, pero sí viejos pedacitos de pastillas de menta, bolitas de papel, pedacitos de cáscara de naranjas resecas, etc., metidas adentro de un pañuelo anudado como el atado de un linyera. Ella no hablaba socarronamente, ni era capaz de reflexionar sobre actitudes de su madre o su padre, como aparentemente lo hacía este muchacho, pero también cuan- do hablaba, parecía repetir en una estridente y tonante voz de vieja, el “calco” de la conducta de la madre, mujer arrogante, excitada y cruel, que en absoluto acuerdo con el padre, la vestía con harapos, la encerraba “a pan y agua” en un cuarto vacío “para que no se hiciera la coqueta”. En ella no había momentos de entrega, ni picardía, ni seducción. Sí de vez en cuando una lágrima aparentemente in-motivada o un pequeño acercamiento corporal seguidos de la “mirada del Tigre” y del ataque físico a muerte.
Recordé que el muchacho somnoliento y arrogante, bien ves- tido y perteneciente a una clase social de muy alto nivel económi- co, no tenía cama ni muebles propios. Dormía en un colchón en el suelo desde muy pequeño, a veces en el garage, a veces en la pieza del hermano, a veces en la pieza de servicio de la casa de su abuela paterna. En ambos casos, la falta de reconocimiento por parte del medio familiar del espacio geográfico necesario para el desenvolvimiento existencial individual, era notable y totalmente negado. En ambos casos, esa falta de espacio geográfico concre- to, coincidía con la falta de espacio mental de los padres, y la “fortaleza vacía”, el abismo emocional al cual uno se podía asomar junto con ellos, la niña y el muchacho, antes del ataque. En todos los casos de adicciones que pude atender posteriormente, la transferencia es casi un “calco”, sin deformaciones neuróticas provenientes de la represión y las fantasías inconcientes caracte- rísticas de las neurosis, de las relaciones concretas con el medio familiar. En las psicosis, el delirio reemplaza las acciones de los familiares. En todos los casos con mayor o menor grado de peligro para el analista, casi no se puede hablar de repetición, puesto que el término implica una conducta que finaliza y vuelve a comenzar, como en las neurosis, y los estados limítrofes, mientras que en las adicciones lo transferido es una realidad psíquica muy pobre en fantasías y emociones que no cesa, no alterna en general con otros modos que no sean la oscilación entre la arrogante falta de valores del dios anestesiado y sin conflicto y la “mirada del Tigre” En todos los casos de pacientes adictos y psicóticos los padres actuales reales están tan presentes, que, como en el análisis de niños, uno “compite” y “coexiste” con ellos en la transferencia.
Aquí los problemas de la interpretación de la transferencia se complejizan mucho más y obligan al analista a cuidar más que El analista tiene que conocer esta modalidad de transferir si quiere preservar su “realidad física”. Tiene que saber que si su función analítica despierta serios impactos en pacientes neuróti- cos, por la alternativa que ofrece a las identificaciones primarias y secundarias, mucho más lo hará en pacientes adictos, que parecen “reproducciones”, calcos, robots, de su medio familiar En principio, nuestra función analítica pone en peligro una construcción omnipotente sin alternativas conocidas, concien- tes e inconcientes. La oscilación entre el “calco” de objetos arrogantes y por definición anómicos y la totalitaria decisión de matar, excluye todo aquello que por constituir una alternativa reflexiva de a dos, pone en peligro el vacío emocional, temporal e imaginario en el que estas personas están entrenadas. Y digo entrenadas, porque lo que se nos hace inverosímil, es la fuerza que tiene la cosmovisión omnipotente del medio primitivo familiar, en el cual estas personas sobreviven a fuerza de renunciar a la imaginación, la curiosidad y los afectos. Podríamos pensarlos como restituciones de autismos infantiles, cuyas restricciones psíquicas tienen que ver con una activa acción proselitista del medio, que tiende a anular la conflictiva psíquica de diversos modos: ofrecimiento precoz de excitantes y sedantes ante el reclamo básico emocional y corporal, y distorsión de los valores éticos ligados a la supervivencia psico-física del individuo y de la especie, creando falsos opuestos sin contradicción (Dupetit, S., 1988). Lo que estos pacientes no cesan de transferir es la orden de quedarnos anestesiados, atemporales, asexuados o pendientes y suplicantes de ese dios-anestesia o ese dios de violencia que todo lo resuelve en un instante. “Alguien” ordena, “algo” suplica.
Lo transferido está predominantemente en los hechos que reali- zan dentro de los cuales están las palabras mismas, y los restos de experiencias parciales de contactos caóticos, de relaciones objetales fragmentadas, representados por las drogas u objetos o pedazos de objetos, algunas revistas, adornos, formas de vestir, etc.Con mucho cuidado y conocimiento del peligro, podemos ir escuchando y encontrando espacio, tiempo y sentido en nuestra mente a estas transferencias, sabiendo que la alternativa que nosotros representamos, simboliza para nosotros la vida y para ellos es la señal explícita o escondida de una amenaza de muerte Si el fenómeno transferencial requiere la presencia del pasado en el presente, en estas transferencias el sujeto no se incomoda respecto al vínculo con su analista pensando que está sintiendo “disparates”. Este pasado es para él, un presente permanente, una “locura de grandezas” atemporal, una convicción inamovible Aquí se podría pensar en tener mucho “cuidado de convocar el vacío, porque seguro que se ha de llenar de demonios”.
El sistema anómico que nos proponen sostiene un trasfondo donde se han silenciado funciones mentales, fundamentalmente las emotivas, y responde a nuestro desafío con la decisión de matar. Esta decisión no parece incluir el tiempo necesario para sentir odio, es automática y tiende, como el tigre, a anular el movimiento del otro que se aparece en el camino.
Uno tiene contratransferencialmente la impresión de estar “frito” si siente. “Hombre sensible, hombre muerto”, parece ser el lema. Creo que esto también hay que tenerlo en cuenta en dos sentidos: uno, el de la supervivencia física y el otro, el de reflexionar mucho para no ser innecesariamente crueles.
Lo mismo con los criterios éticos, con el sistema de valores que sostenemos en nuestras cosmovisiones. Tenemos que saber cuá- les son y que además, los mantenemos, fundamentalmente con nuestro bagaje emocional. Como consecuencia, han de ser los puntos más seguros para ser atacados por estos interlocutores.
Inmovilizar al enemigo es sinónimo de desmoralizar-desafectivizar.
No olvidemos, que “la ética se diferencia de la ciencia en que sus datos fundamentales son los sentimientos y emociones, no las percepciones. Esto hay que entenderlo en sentido estricto, es decir, que los datos son los sentimientos y las emociones mismas, no el hecho de poseerlos. El hecho de poseerlos es un hecho científico como cualquier otro y nos damos cuenta de ello por percepción, del modo científico habitual. Pero un juicio ético no constata un hecho; constata, aunque a veces en forma disfrazada, alguna esperanza o temor, algún deseo o aversión, algún amor u odio” (Russell, B., 1954). Dicho de otro modo, en un sistema de cosmovisión omnipotente debe ser anulado el conflicto psíquico, y como éste se traduce por contradicciones lógicas y se consolida y expresa por emociones contradictorias que es lo que se “ve”, esa expresión, ese movimiento debe ser atacado y reducido a Como la transferencia implica, a mi juicio, transferencia de vínculos, la modalidad más frecuente transmitida por estos pa- cientes es la de alguien que suplica, exige y llama a un dios, un mesías que solucione “todo”, que anestesie, que anule cualquier conflicto y alguien convencido que sus actos deberán tender a abolir los conflictos propios y ajenos, cueste lo que cueste.
Uno será, mientras dure este sistema, alternativamente dios omnipotente, terrorífico, o alguien que suplica alivio a ese dios, anulación, anestesia, no contradicción, quietud. Ambos objetos transferidos, a su vez, no se pueden pensar estrictamente en términos de sado-masoquismo, porque acataríamos una descrip- ción casi conductual y perderíamos de vista el anhelo de anestesia omnipotente que los une en un par no contradictorio. Este vínculo objetal transferido ha hecho decir a David Rosenfeld que, en las primeras etapas del análisis, el analista puede constituirse en la droga y la droga concreta perder gradualmente su valor (Rosenfeld, D., 1972). Otros autores han hablado de adicción de transferencia y transferencia adictiva (Garzoli, E. 1981; N. de López, Sh., Este vínculo adictivo transferido al analista tiene que ver, metapsicológicamente hablando, con una dependencia adicta del Yo a una “sociedad” o “asociación de objetos”, que detentan una Cosmovisión Omnipotente: el poder ilusorio que logra el individuo cuando llega a un estado aconflictivo.
Prefiero este modelo dramático de explicación porque facilita el estudio de las relaciones individuo-familia-sociedad, y permite al analista interpretar al paciente desde qué objetos nos habla y se habla a sí mismo. Permite también un intento de explicación de las transferencias a nivel grupal familiar y social, en las oscilaciones entre los grupos anómicos y el totalitarismo, que además de drogas, instrumentan una particular distorsión de los valores éticos para el sostén de la Cosmovisión Omnipotente. Para el desarrollo de este último problema volvamos a nuestro “muchacho somnoliento-mirada de Tigre” del comienzo.
Paciente: Ayer mi padre llegó de repente provocando un gran
caos. (mirada somnolienta y divertida). El psicoanálisis no sirve para nada porque se basa en principios totalitarios como. la verdad y. el cientificismo, creo. Le dijo a “ella”. a mi madre.
que el tratamiento que yo estaba haciendo era falso por definición y que el amor a la verdad y a la bondad eran en realidad fanáticos conceptos religiosos disfrazados de autoridad. “Ella” le suplicó que no destruya todo el esfuerzo realizado. Me dio un poco de pena por ella porque yo no hice ningún esfuerzo (mirándome de Analista: ¿Y esa mirada de reojo?
Paciente: (Riendo) Bueno. pensé cómo estaría reaccionando
Analista: ¿Supone que estoy lesionada en mis convicciones?
¿Algo que me puede hacer mal como a su mamá? Paciente: No sé usted. Puede ser. (se ríe). Lo que pasa es que
mi padre es un gran mentiroso que cree que la única Verdad la tiene él. (Queda muy satisfecho y no sé si de lo que él ha dicho o Analista: Parece satisfecho y orgulloso. ¿es por su papá o por
Paciente: (Algo desconcertado) La dos cosas. me parece
(pedante). Como él pienso que los valores absolutos como la verdad y. ¡la Autoridad! son fanatismos. sistemas represores ejercidos. por poder. El ejerce muy bien el poder. (Me mira con los ojos somnolientos y socarrones) ¡Es muy elegante! Analista: (Conteniendo una incipiente irritación que no entiendo):
¿Qué relación habrá entre su poder y su elegancia? Paciente: Y. él no se apasiona. dice con tono alto, cuidado, .
está más allá de lo emocional. bueno creo que usted sabe que él es psicoanalista disidente. (Se ríe con ironía). Fundamentalmen- te disidente. luego después. psicoanalista.
Desde el objeto-padre, este paciente expone una particular distorsión de los valores. Primero les otorga cualidad, el fana- tismo. Segundo, intención: el poder totalitario. Lo cual está Autoridad versus DemocraciaBondad versus Justicia, etc.
Lo cual es contradictorio. Son falsos opuestos sin contradic- ción y por definición, entonces, no hay conflicto. Esto explica la afirmación de la falta de emociones de un objeto-padre sin conflicto. También explica mi contratransferencia irritada, ya que no sólo está descalificando burlonamente mi tarea, sino que afirma que es contradictorio algo que no lo es. Y el “toque de visión” de sus afirmaciones, su “defensa anómica”, lo da cuando afirma que el Caos (padre que llega de repente a descalificar el orden del trabajo) es Orden Disidente.
Este es el momento en el cual, la madre-interlocutor, “ella”, queda aplastada si no puede ejercer la función metalingüística, o sea, que no puede operar con el orden lógico.
Desde estos opuestos sin contradicción (anomia) se puede ejercer, desde la transferencia de los objetos padre-madre o hermanos, el totalitarismo. De la somnolencia de la anomia a la Estas transferencias, en términos psicosociales, están presen- tes en los grupos familiares y sociales que oscilan entre la anomia y el nazismo, las caras de un mismo dios: la Omnipotencia humana cuando cesa en la vivencia y se convierte en estado.
BIBLIOGRAFIA
A partir de la presentación de un material clínico, la autora plantea una versión del universo de las adicciones desde una perspectivapsicoanalítica y psicosocial.
El puente entre una y otra se establece en la descripción de las vicisitudes identificatorias que se despliegan en el marco de la rela-ción transferencial. Así se manifiestan en un drama desde el cual, lasrelaciones de la pareja parental del paciente están inscriptas en laactitud inconciente para con su analista.
El pasaje del "Dandy" al "Tigre", reproduce la oscilación entre el laiser-faire y el totalitarismo individual, familiar (parental) y psicosocial,cuando la sensación de omnipotencia se constituye en estado, en latransmisión de una cosmovisión.
The author proposses from the presentation of clinical material a version of the universe of addictions from the psychoanalytic andpsychosocial perspective.
The bridge between one and the other is established in the descrip- tion of identifiying vicissitudes that are unfold in the frame of thetransferential relationship. Thus is manifested in a drama in which therelations between the parental couple of the patient are inscribed inthe unconcious attitude toward the analyst.
The passage from the ¨Dandy¨ to the ¨Tiger¨reproduces the oscilla- tions between the laiser-faire and the individual, familial (parental) and psychosocial totalitarianism, when the sensation of ommipotenceconstitutes a state in the transmission of a cosmovisión.
Dans ce travail on expose un matériel clinique pour illustrer une vision de l’univers des dépendances, à partir d’une perspectivepsychanalytique et psychosociale.
L’enchaînement entre ces deux disciplines se trouve dans la de- scription des processus d’identification, qui se déploient dans le cadrede la relation transférentielle. Ces processus se manifestent dans unesituation dramatique, où les relations du couple parental du patient setrouvent inscrites dans l’attitude inconsciente envers son analyste.
Le passage du “Dandy” au “Tigre” reproduit l’oscillation entre le laisser-faire et l’autoritarisme individuel, familial (parental) et psycho-social, lorsque la sensation d’omnipotence se constitue en état, entransmition d’une cosmovision.
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Descriptores: Adiciones. Caso clínico. Contratransferencia.
Susana DupetitSoldado de la Independencia 9511426 Buenos Aires

Source: http://apdeba.aulainstitucional.com.ar/file.php/1/Dupetit.pdf

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