La mirada del tigre: acerca de la transferencia en pacientes adictos1
Observaba la marcha bamboleante y, casi con asombro, esa
convicción corporal de superioridad cuando entró al consulto-
rio. Su relato se extendía alrededor de las bondades de un estado
especial cercano al éxtasis al que nunca podría acceder con mi
conocimiento intelectual exento de experiencia. Como muchas
otras veces, alguien me convencía de las ventajas de vivir flotan-
do, sin emociones, sin depender de nadie ni de nada. Como tantas
otras veces, alguien hablaba desde este estado único, condescen-
diente conmigo, pobre ser que esperaba anhelante, que rogaba por
su regreso, que haría cualquier cosa por satisfacerlo. Alguien
daba por sentado mi pertenencia a un estado de necesidad de
complacer. “¡Bueno, bueno!”, parecía decirme, “no te desespe-
res, algún día cabrá un instante cósmico durante el cual tendrás la
oportunidad que satisfaga tus afanes hacia mi persona”.
Le comuniqué lo que estaba observando. Le dije que pensaba
que seguramente él creía que yo estaba tan pendiente de él como
de una droga, solamente que en estado de abstinencia, ya que
nunca iba a ser satisfecha. Se incomodó moviendo su cuerpo,
como si lo hubiera despertado de un ensueño astral un mosquito
impertinente. Me miró desde sus ojos entreabiertos y rojizos e
hizo suyas mis palabras explicándome qué pasaba con la depen-
1 Presentado en el 1er. Congreso Argentino de Psicoanálisis, 1988, “El múltiple interésde la Transferencia”, Relatos. Psicoanálisis APdeBA - Vol. XVIII - Nº 2 - 1996
dencia a la droga. Tuve la casi convicción de un mundo constituido
por cosas: él, cosa maravillosa que yo procuraba consumir y que
él mismo manipulaba a su antojo con una gran chance de perecer
en el maltrato. Yo, una cosa a observar pasible de ser manipulada,
consumida en caso de peligro, arrojada lejos, destruida.
Las otras cosas flotantes eran su madre, sus hermanos, los
concurrentes a lugares de consumo de alcohol, marihuana, cocaí-
na, LSD, artane. Las cosas peligrosas que aparecían de golpe y
amenazaban con destruirlo también se desplazaban, aunque más
rápidamente y en términos extremos: o ellas o él. Las cosas
peligrosas, a través de los años, se habían ido transformando en
policías, traficantes, delatores, asaltados en busca de venganza,
asaltantes que podrían o no esperar su oportunidad. A cada
despertar, el mundo se transformaba en el Gran Terror, y cada vez
en el ensueño que lo dirige todo era más breve. Yo le comunicaba
estas observaciones con frases cortas, precisas, muy lejanas del
lenguaje poético con el cual estoy tratando de transmitirles un
universo de pánico-anestesia-pánico, para luego intentar algunas
A medida que transcurrían las sesiones, la transmisión de mis
observaciones parecía hacerle oscilar entre una creciente com-
placencia y momentos de pánico. Los trastornos neurovegetativos
de tipo circulatorio hicieron de la piel de su cara un letrero
luminoso blanco-rojo, donde yo podía leer las oscilaciones de su
estado de ánimo: entre la ira y el miedo.
Cuando se lo comuniqué me aclaró con un sonrisa muy corta de
entrega y vergüenza que estaba equivocada, porque para él no
había oscilaciones: “Vivo en pánico y de vez en cuando, muy de
Esa sonrisa corta de entrega tierna me hizo olvidar su adver-
tencia. Tenía adelante un muchacho semidormido con una voz que
había cedido en la autocomplacencia y que había iniciado una
confesión. Todo estaba inusualmente calmo y agradable, así que
mencioné la palabra ternura. No recuerdo si bajé la voz, sí que me
incliné un poco hacia adelante. Y en ese instante, todo se trans-
formó. Dos enormes focos sin expresividad me enfrentaron: los
ojo bien abiertos, la expresión despejada de algo terriblemente
amenazante. “Un tigre”, pensé por un instante, “la mirada del
¿Cómo y de dónde había surgido de repente? ¿No había tenido
tiempo de percibir su presencia o había quedado encandilada?
La respuesta la obtuve al terminar la sesión: una contractura
muscular en la zona de intersección entre los hombros y la
columna, me habló elocuentemente de una reacción muscular
ante la percepción de una amenaza gestual. Esta leve
contractura se presentó varias veces ante el mismo paciente
cuando aparecía esta mirada. Lo había percibido “al instante”, a
través de la vista, como a la gestalt de algo amenazante en forma
extrema que me hizo erizar la “cruz” como le llaman nuestros
campesinos al lugar de ataque privilegiado por los animales
El cambio de expresión gestual había sido sorpresivo, por lo
contrastante: ¿qué tenía que ver esa expresión de amodorrada
superioridad con la fijeza encandilante y alerta de la decisión de
matar? ¿Cómo conectar un tipo de expresión con la otra sin caer
en una desopilante construcción subjetiva?
En principio decidí dejar pasar el tiempo y observar si el
fenómeno se repetía y en qué condiciones, sin pretender darle una
El fenómeno se repitió una y otra vez, en ocasiones, sin que
aparentemente hubiera intervenciones de mi parte. La mayoría de
las veces, en cambio, sus reacciones coincidían con dos conduc-
tas mías: algún movimiento corporal, prosódico o gestual que
pudiera indicar aumento de la expresividad amorosa (intensidad
de voz más suave, tono más bajo, alguna sonrisa, algún gesto de
bienvenida) o alguna referencia verbal a posibles sentimientos
suyos de ternura, cariño, alegría, picardía o tristeza, o algún gesto
o referencia verbal de mi parte o de la de él que pudiera indicar
entrega confiada o duda, en definitiva, conductas que fueran
desconocidas para su repertorio miedo-ira-miedo-ira. Las refe-
rencias a este repertorio no producían “la mirada del Tigre”.
A medida que se iba desarrollando el tratamiento pude obser-
var que el contoneo bamboleante, la convicción de superioridad el
ocultamiento de datos, la pedantería, la certeza de tenerme a sus
pies, el cuidado particular al hablar, vestirse, caminar, asegurán-
dose a cada rato ser muy admirado por su prestancia, lo hacían
parecer a alguien de mayor edad. Cuando le transmití esta
observación me contestó no sin satisfacción: “¡Mi padre, claro!
Es un hombre que sabe vivir bien, que se da todos los gustos, por
cierto, despertando. muchas veces envidia. naturalmente.
¡Como mi abuelo! Sin duda mi padre se parece a mi abuelo
(sonrisa socarrona), ellos se entienden bien. me refiero a los
negocios. y a las mujeres, por supuesto”.
Este segundo hijo me hablaba como un padre-marido que da
órdenes a una mujer muy dependiente que de vez en cuando se
rebela, pero que en general “vive en función de ellos”. Pude
suponer que lo que estaba transfiriendo era una historia de
identificaciones de tal naturaleza que la diferencia entre realidad
y fantasía era casi nula. El me hablaba desde el marido de su
madre, padre completamente ausente, configurando una pareja
con ella, que sin solución de continuidad, era transferida al vínculo
En ningún momento él era un niño ni un adolescente, era un
marido de mucha cultura que me explicaba a mí, con evidente
condescendencia, cuáles eran las acciones que debía realizar y
cómo sus instrucciones eran una forma de enriquecer mi ignoran-
cia y satisfacer mi anhelante deseo de complacerlo.
Lo que él repetía en la transferencia era “calcado” del vínculo
del padre con la madre, que a su vez, se había consolidado como
Cuando se lo comuniqué, pareció algo asombrado. ¿De qué
otro modo podía ser? No parecía haber otra posibilidad para él,
En aquellos pocos momentos que mi actitud interpretativa y
paciente ponían en peligro su “locura de grandeza”, como él la
llamaba muy satisfecho, aparecía la mirada del Tigre.
En una ocasión en que le pregunté si alguna vez había podido
ser un niño, se sonrió contestándome: “No, en realidad yo soy mi
padre desde que nací. ‘ella’ (refiriéndose a su madre) lo dijo y
lo sabe. y las pocas veces que está acertada, hay que reconocer
Comencé a pensar dónde estaría la transferencia del pasado al
presente, dónde las vivencias de dependencia materno-paterno-
filiales, dónde las experiencias infantiles, los hechos reales repri-
midos y deformados que formaban parte de esta “locura de
grandezas”. Hasta que comenzó a hablarme de la cantidad de
litros de vino, whisky, vodka y gin (prefería bebidas blancas
porque las consideraba productos de consumo de aristócratas), de
las ventajas de fumar marihuana, aspirar cocaína, LSD. También
comenzó a describirme el minitráfico que llevaba a cabo, con gran
complacencia, ya que en un “operativo” ganaba en media hora
mucho más que yo en un mes. Se me hizo claro que la transferen-
cia y el tráfico-consumo estaban asociados. Que probablemente,
ese mundo de cosas representaba algo muy antiguo y deformado
a través de sucesivas transformaciones. Que detrás de las cosas,
allá lejos, palpitaban emociones alguna vez sentidas, tal vez de una
intensidad intolerable. Y que las cosas-drogas eran el último
eslabón, el que él podría mostrar, transferir, traficar y animizar,
manteniéndome como un espectador que presencia un mundo de
ilusiones al cual está tentado de acceder, pero, por otro lado,
automáticamente destinado a no tener acceso.
Comencé lentamente a entender que él se había convertido en
un traficante de ilusiones (Dupetit, S., 1986). Me traía pastillas,
jeringas, cigarrillos, como muestras de un tipo de vínculo ilusorio
de autosuficiencia. Tal vez yo tuviera como él la ilusión de ser
Dios, sin conflicto, sin dependencia alguna. O la ilusión de curarlo,
transformándome/lo en Dios, ambos ilusoriamente atemporales,
autosuficientes, unidos en el éxtasis mutuo. Los demás, entonces,
quedarían muy pequeños, como las pastillas o los cigarrillos, listos
para ser consumidos, manipulados, descartados: del Extasis a la
Se lo dije. Contra lo que esperaba, comentó riéndose: “Yo era
un bebé muy lindo, un niño muy lindo. ‘Ella’ dice que me llevaba
a todos lados para mostrarme. como de escaparate. ‘Ella’ dice
que me sentaba en una sillita y todos me miraban y ‘ella’ se sentía
muy orgullosa. Que era muy quieto, muy tranquilo y muy bueno.
(socarronamente) ¡como ahora! Pero ella sigue haciendo lo mis-
mo conmigo, con mi hermano, con mi hermanita. Somos. como
juguetes. Y ‘ella’ es un juguete de mi padre. que no es juguete
Pude suponer entonces, que él había sufrido la misma transfor-
mación que aquéllas de las que habían sido objeto sus vínculos:
desanimización-parcialización-cosificación y luego reanimación
Estaba a punto de explicárselo, cuando por suerte me detuve
a mirar su expresión: alguien pálido con los ojos bajos, que miraba
como quien se asoma a un abismo. “¡Detrás de la fachada
somnolienta no hay nada!”, pensé. Al rato de estar callado en esa
actitud carraspeó y me dijo que se sentía muy mal y luego agregó
en voz muy baja: “como un muerto”.
Me encontré discutiendo enojada conmigo misma acerca de si
tenía derecho de enfrentarlo con la nada y con temor conciente de
un posible suicidio. Momentos después se rearmó y apareció la
mirada del Tigre: “no voy a tolerar más este tipo de sensación” me
dijo y salió con la mirada fija, sin darme la mano. Entonces, en
medio de mis posteriores reflexiones, recordé la mirada de mi
primera pacientita autista, de diez años de edad, un día que me
acerqué demasiado al rincón donde permanecía sentada, con los
mocos colgando y con cara de idiota. Abrió los ojos enormes,
inexpresivos y me mantuvo un rato enfocada. Luego se enderezó,
saltó y me volteó. De ahí en más nos trabamos en una lucha
cuerpo a cuerpo durante la cual me clavó las uñas arrancándome
pedazos de piel que dejaron su marca y falló en el intento de
arañarme los ojos. Ella no me traía drogas, pero sí viejos pedacitos
de pastillas de menta, bolitas de papel, pedacitos de cáscara de
naranjas resecas, etc., metidas adentro de un pañuelo anudado
como el atado de un linyera. Ella no hablaba socarronamente, ni
era capaz de reflexionar sobre actitudes de su madre o su padre,
como aparentemente lo hacía este muchacho, pero también cuan-
do hablaba, parecía repetir en una estridente y tonante voz de
vieja, el “calco” de la conducta de la madre, mujer arrogante,
excitada y cruel, que en absoluto acuerdo con el padre, la vestía
con harapos, la encerraba “a pan y agua” en un cuarto vacío “para
que no se hiciera la coqueta”. En ella no había momentos de
entrega, ni picardía, ni seducción. Sí de vez en cuando una lágrima
aparentemente in-motivada o un pequeño acercamiento corporal
seguidos de la “mirada del Tigre” y del ataque físico a muerte.
Recordé que el muchacho somnoliento y arrogante, bien ves-
tido y perteneciente a una clase social de muy alto nivel económi-
co, no tenía cama ni muebles propios. Dormía en un colchón en el
suelo desde muy pequeño, a veces en el garage, a veces en la
pieza del hermano, a veces en la pieza de servicio de la casa de
su abuela paterna. En ambos casos, la falta de reconocimiento por
parte del medio familiar del espacio geográfico necesario para el
desenvolvimiento existencial individual, era notable y totalmente
negado. En ambos casos, esa falta de espacio geográfico concre-
to, coincidía con la falta de espacio mental de los padres, y la
“fortaleza vacía”, el abismo emocional al cual uno se podía
asomar junto con ellos, la niña y el muchacho, antes del ataque. En
todos los casos de adicciones que pude atender posteriormente, la
transferencia es casi un “calco”, sin deformaciones neuróticas
provenientes de la represión y las fantasías inconcientes caracte-
rísticas de las neurosis, de las relaciones concretas con el medio
familiar. En las psicosis, el delirio reemplaza las acciones de los
familiares. En todos los casos con mayor o menor grado de peligro
para el analista, casi no se puede hablar de repetición, puesto que
el término implica una conducta que finaliza y vuelve a comenzar,
como en las neurosis, y los estados limítrofes, mientras que en las
adicciones lo transferido es una realidad psíquica muy pobre en
fantasías y emociones que no cesa, no alterna en general con
otros modos que no sean la oscilación entre la arrogante falta de
valores del dios anestesiado y sin conflicto y la “mirada del Tigre”
En todos los casos de pacientes adictos y psicóticos los padres
actuales reales están tan presentes, que, como en el análisis de
niños, uno “compite” y “coexiste” con ellos en la transferencia.
Aquí los problemas de la interpretación de la transferencia se
complejizan mucho más y obligan al analista a cuidar más que
El analista tiene que conocer esta modalidad de transferir si
quiere preservar su “realidad física”. Tiene que saber que si su
función analítica despierta serios impactos en pacientes neuróti-
cos, por la alternativa que ofrece a las identificaciones primarias
y secundarias, mucho más lo hará en pacientes adictos, que
parecen “reproducciones”, calcos, robots, de su medio familiar
En principio, nuestra función analítica pone en peligro una
construcción omnipotente sin alternativas conocidas, concien-tes e inconcientes. La oscilación entre el “calco” de objetos
arrogantes y por definición anómicos y la totalitaria decisión de
matar, excluye todo aquello que por constituir una alternativa
reflexiva de a dos, pone en peligro el vacío emocional, temporal e
imaginario en el que estas personas están entrenadas. Y digo
entrenadas, porque lo que se nos hace inverosímil, es la fuerza que
tiene la cosmovisión omnipotente del medio primitivo familiar, en
el cual estas personas sobreviven a fuerza de renunciar a la
imaginación, la curiosidad y los afectos. Podríamos pensarlos
como restituciones de autismos infantiles, cuyas restricciones
psíquicas tienen que ver con una activa acción proselitista del
medio, que tiende a anular la conflictiva psíquica de diversos
modos: ofrecimiento precoz de excitantes y sedantes ante el
reclamo básico emocional y corporal, y distorsión de los valores
éticos ligados a la supervivencia psico-física del individuo y de la
especie, creando falsos opuestos sin contradicción (Dupetit, S.,
1988). Lo que estos pacientes no cesan de transferir es la orden
de quedarnos anestesiados, atemporales, asexuados o pendientes
y suplicantes de ese dios-anestesia o ese dios de violencia que
todo lo resuelve en un instante. “Alguien” ordena, “algo” suplica.
Lo transferido está predominantemente en los hechos que reali-
zan dentro de los cuales están las palabras mismas, y los restos de
experiencias parciales de contactos caóticos, de relaciones
objetales fragmentadas, representados por las drogas u objetos o
pedazos de objetos, algunas revistas, adornos, formas de vestir,
etc.Con mucho cuidado y conocimiento del peligro, podemos ir
escuchando y encontrando espacio, tiempo y sentido en nuestra
mente a estas transferencias, sabiendo que la alternativa que
nosotros representamos, simboliza para nosotros la vida y para
ellos es la señal explícita o escondida de una amenaza de muerte
Si el fenómeno transferencial requiere la presencia del pasado
en el presente, en estas transferencias el sujeto no se incomoda
respecto al vínculo con su analista pensando que está sintiendo
“disparates”. Este pasado es para él, un presente permanente,
una “locura de grandezas” atemporal, una convicción inamovible
Aquí se podría pensar en tener mucho “cuidado de convocar el
vacío, porque seguro que se ha de llenar de demonios”.
El sistema anómico que nos proponen sostiene un trasfondo
donde se han silenciado funciones mentales, fundamentalmente
las emotivas, y responde a nuestro desafío con la decisión de
matar. Esta decisión no parece incluir el tiempo necesario para
sentir odio, es automática y tiende, como el tigre, a anular el
movimiento del otro que se aparece en el camino.
Uno tiene contratransferencialmente la impresión de estar
“frito” si siente. “Hombre sensible, hombre muerto”, parece ser
el lema. Creo que esto también hay que tenerlo en cuenta en dos
sentidos: uno, el de la supervivencia física y el otro, el de
reflexionar mucho para no ser innecesariamente crueles.
Lo mismo con los criterios éticos, con el sistema de valores que
sostenemos en nuestras cosmovisiones. Tenemos que saber cuá-
les son y que además, los mantenemos, fundamentalmente con
nuestro bagaje emocional. Como consecuencia, han de ser los
puntos más seguros para ser atacados por estos interlocutores.
Inmovilizar al enemigo es sinónimo de desmoralizar-desafectivizar.
No olvidemos, que “la ética se diferencia de la ciencia en que
sus datos fundamentales son los sentimientos y emociones, no las
percepciones. Esto hay que entenderlo en sentido estricto, es
decir, que los datos son los sentimientos y las emociones mismas,
no el hecho de poseerlos. El hecho de poseerlos es un hecho
científico como cualquier otro y nos damos cuenta de ello por
percepción, del modo científico habitual. Pero un juicio ético no
constata un hecho; constata, aunque a veces en forma disfrazada,
alguna esperanza o temor, algún deseo o aversión, algún amor u
odio” (Russell, B., 1954). Dicho de otro modo, en un sistema de
cosmovisión omnipotente debe ser anulado el conflicto psíquico,
y como éste se traduce por contradicciones lógicas y se consolida
y expresa por emociones contradictorias que es lo que se “ve”,
esa expresión, ese movimiento debe ser atacado y reducido a
Como la transferencia implica, a mi juicio, transferencia de
vínculos, la modalidad más frecuente transmitida por estos pa-
cientes es la de alguien que suplica, exige y llama a un dios, un
mesías que solucione “todo”, que anestesie, que anule cualquier
conflicto y alguien convencido que sus actos deberán tender a
abolir los conflictos propios y ajenos, cueste lo que cueste.
Uno será, mientras dure este sistema, alternativamente dios
omnipotente, terrorífico, o alguien que suplica alivio a ese dios,
anulación, anestesia, no contradicción, quietud. Ambos objetos
transferidos, a su vez, no se pueden pensar estrictamente en
términos de sado-masoquismo, porque acataríamos una descrip-
ción casi conductual y perderíamos de vista el anhelo de anestesia
omnipotente que los une en un par no contradictorio. Este vínculo
objetal transferido ha hecho decir a David Rosenfeld que, en las
primeras etapas del análisis, el analista puede constituirse en la
droga y la droga concreta perder gradualmente su valor (Rosenfeld,
D., 1972). Otros autores han hablado de adicción de transferencia
y transferencia adictiva (Garzoli, E. 1981; N. de López, Sh.,
Este vínculo adictivo transferido al analista tiene que ver,
metapsicológicamente hablando, con una dependencia adicta del
Yo a una “sociedad” o “asociación de objetos”, que detentan una
Cosmovisión Omnipotente: el poder ilusorio que logra el individuo
cuando llega a un estado aconflictivo.
Prefiero este modelo dramático de explicación porque facilita
el estudio de las relaciones individuo-familia-sociedad, y permite
al analista interpretar al paciente desde qué objetos nos habla y se
habla a sí mismo. Permite también un intento de explicación de las
transferencias a nivel grupal familiar y social, en las oscilaciones
entre los grupos anómicos y el totalitarismo, que además de
drogas, instrumentan una particular distorsión de los valores
éticos para el sostén de la Cosmovisión Omnipotente. Para el
desarrollo de este último problema volvamos a nuestro “muchacho
somnoliento-mirada de Tigre” del comienzo. Paciente: Ayer mi padre llegó de repente provocando un gran
caos. (mirada somnolienta y divertida). El psicoanálisis no sirve
para nada porque se basa en principios totalitarios como. la
verdad y. el cientificismo, creo. Le dijo a “ella”. a mi madre.
que el tratamiento que yo estaba haciendo era falso por definición
y que el amor a la verdad y a la bondad eran en realidad fanáticos
conceptos religiosos disfrazados de autoridad. “Ella” le suplicó
que no destruya todo el esfuerzo realizado. Me dio un poco de
pena por ella porque yo no hice ningún esfuerzo (mirándome de
Analista: ¿Y esa mirada de reojo? Paciente: (Riendo) Bueno. pensé cómo estaría reaccionando Analista: ¿Supone que estoy lesionada en mis convicciones?
¿Algo que me puede hacer mal como a su mamá?
Paciente: No sé usted. Puede ser. (se ríe). Lo que pasa es que
mi padre es un gran mentiroso que cree que la única Verdad la
tiene él. (Queda muy satisfecho y no sé si de lo que él ha dicho o
Analista: Parece satisfecho y orgulloso. ¿es por su papá o por Paciente: (Algo desconcertado) La dos cosas. me parece
(pedante). Como él pienso que los valores absolutos como la
verdad y. ¡la Autoridad! son fanatismos. sistemas represores
ejercidos. por poder. El ejerce muy bien el poder. (Me mira
con los ojos somnolientos y socarrones) ¡Es muy elegante!
Analista: (Conteniendo una incipiente irritación que no entiendo):
¿Qué relación habrá entre su poder y su elegancia?
Paciente: Y. él no se apasiona. dice con tono alto, cuidado, .
está más allá de lo emocional. bueno creo que usted sabe que él
es psicoanalista disidente. (Se ríe con ironía). Fundamentalmen-
te disidente. luego después. psicoanalista.
Desde el objeto-padre, este paciente expone una particular
distorsión de los valores. Primero les otorga cualidad, el fana-
tismo. Segundo, intención: el poder totalitario. Lo cual está
Autoridad versus DemocraciaBondad versus Justicia, etc.
Lo cual es contradictorio. Son falsos opuestos sin contradic-
ción y por definición, entonces, no hay conflicto. Esto explica la
afirmación de la falta de emociones de un objeto-padre sin
conflicto. También explica mi contratransferencia irritada, ya que
no sólo está descalificando burlonamente mi tarea, sino que
afirma que es contradictorio algo que no lo es. Y el “toque de
visión” de sus afirmaciones, su “defensa anómica”, lo da cuando
afirma que el Caos (padre que llega de repente a descalificar el
orden del trabajo) es Orden Disidente.
Este es el momento en el cual, la madre-interlocutor, “ella”,
queda aplastada si no puede ejercer la función metalingüística, o
sea, que no puede operar con el orden lógico.
Desde estos opuestos sin contradicción (anomia) se puede
ejercer, desde la transferencia de los objetos padre-madre o
hermanos, el totalitarismo. De la somnolencia de la anomia a la
Estas transferencias, en términos psicosociales, están presen-
tes en los grupos familiares y sociales que oscilan entre la anomia
y el nazismo, las caras de un mismo dios: la Omnipotencia humana
cuando cesa en la vivencia y se convierte en estado. BIBLIOGRAFIA
A partir de la presentación de un material clínico, la autora plantea
una versión del universo de las adicciones desde una perspectivapsicoanalítica y psicosocial.
El puente entre una y otra se establece en la descripción de las
vicisitudes identificatorias que se despliegan en el marco de la rela-ción transferencial. Así se manifiestan en un drama desde el cual, lasrelaciones de la pareja parental del paciente están inscriptas en laactitud inconciente para con su analista.
El pasaje del "Dandy" al "Tigre", reproduce la oscilación entre el
laiser-faire y el totalitarismo individual, familiar (parental) y psicosocial,cuando la sensación de omnipotencia se constituye en estado, en latransmisión de una cosmovisión.
The author proposses from the presentation of clinical material a
version of the universe of addictions from the psychoanalytic andpsychosocial perspective.
The bridge between one and the other is established in the descrip-
tion of identifiying vicissitudes that are unfold in the frame of thetransferential relationship. Thus is manifested in a drama in which therelations between the parental couple of the patient are inscribed inthe unconcious attitude toward the analyst.
The passage from the ¨Dandy¨ to the ¨Tiger¨reproduces the oscilla-
tions between the laiser-faire and the individual, familial (parental) and
psychosocial totalitarianism, when the sensation of ommipotenceconstitutes a state in the transmission of a cosmovisión.
Dans ce travail on expose un matériel clinique pour illustrer une
vision de l’univers des dépendances, à partir d’une perspectivepsychanalytique et psychosociale.
L’enchaînement entre ces deux disciplines se trouve dans la de-
scription des processus d’identification, qui se déploient dans le cadrede la relation transférentielle. Ces processus se manifestent dans unesituation dramatique, où les relations du couple parental du patient setrouvent inscrites dans l’attitude inconsciente envers son analyste.
Le passage du “Dandy” au “Tigre” reproduit l’oscillation entre le
laisser-faire et l’autoritarisme individuel, familial (parental) et psycho-social, lorsque la sensation d’omnipotence se constitue en état, entransmition d’une cosmovision.
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